En el ámbito teórico respecto de la práctica pedagógica, existe un amplio predominio de una noción de práctica instrumental o funcional a un sistema educativo que requiere que los docentes actúen como ejecutores de las políticas y programas diseñados centralizadamente. La pedagogía crítica aparece como una propuesta alternativa que pretende provocar transformaciones en el sistema educativo. En Latinoamérica, Freire es un importante referente, en tanto es considerado por muchos como uno de sus fundadores. La propuesta de Paulo Freire de la educación como praxis liberadora es considerada un aporte que funda la pedagogía crítica, la que se inscribe dentro de la perspectiva teórica general de la teoría crítica. Aunque no constituye un campo teórico unificado, se constituye como un cuerpo de ideas comunes formuladas y difundidas por autores tales como Paulo Freire, Henry Giroux, Peter McLaren, Michael Apple y otros.
La concepción tradicional de la enseñanza involucra un concepto de aprendizaje neutral, transparente y apolítico. En la pedagogía crítica, en cambio, se concibe el aprendizaje como un proceso vinculado a los conceptos de poder, política, historia y contexto. Se promueve un compromiso con formas de aprendizaje y acción en solidaridad con los grupos subordinados y marginados, con centro en el autofortalecimiento y en la transformación social.[1] Giroux[2] propone que los docentes puedan adquirir la categoría de intelectuales transformativos para lograr que “lo pedagógico sea más político y lo político más pedagógico”[3], lo que significa insertar la enseñanza directamente en la esfera política, en tanto representa una lucha por la determinación de significado en un contexto de relaciones de poder, y utilizar una forma de pedagogía que involucre intereses políticos de naturaleza liberadora.
Aunque toda la obra de Paulo Freire está transversalizada por la importancia de la práctica educativa, en “Pedagogía de la autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa”, se acerca a la práctica educativa de una manera más directa, específica y actualizada, para presentar los saberes que considera indispensables en la práctica docente de educadoras y educadores críticos o progresistas y reafirma su propuesta de una pedagogía fundada en la ética y el respeto a la dignidad y autonomía del educando. Los saberes fundamentales que Freire enumera y discute, considera que “deben ser contenidos obligatorios de la organización programática docente.” [4] La cuestión es cómo lograr que los docentes en formación inicial o los que están en actual ejercicio profesional consigan apropiarse de estos saberes para desarrollar una práctica pedagógica crítica coherente.
Los pedagogos críticos norteamericanos Henry Giroux y Peter McLaren plantean una propuesta en la que se piensa la educación del profesor como parte de un proyecto político contra hegemónico o una política cultural que definen como la creación de esferas públicas alternativas.[5] Están comprometidos en la articulación de un lenguaje que contribuya a “examinar el campo de la educación del profesor como una nueva esfera pública que trata de recobrar la idea de democracia crítica como un movimiento social en pro de la libertad individual y la justicia social.”[6] Para ello proponen que como forma de política cultural, el currículum de la educación del profesor se fundamente en la creencia de que los profesores puedan actuar como intelectuales. La implementación de una propuesta análoga, en el contexto chileno, pasaría por la necesidad de enfrentar estratégicamente dificultades de mucho peso en el sistema educativo, particularmente en el contexto de las relaciones de poder involucradas en el ámbito de la formación de los profesores. Por otra parte, la pregunta abierta en el actual contexto, que en primer lugar habría que intentar responder, consiste en cuáles serían las condiciones que posibilitarían contribuir a la formación de profesores con la capacidad pedagógica para actuar como intelectuales transformativos.
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